El fascinante mundo de las plantas del género Aloe

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¡Bienvenidos! En este artículo exploraremos el apasionante universo de las plantas del género Aloe, y descubriremos que van más allá de la conocida Aloe vera. Aunque esta planta sea la más famosa por sus múltiples usos terapéuticos, el género Aloe ofrece una gran diversidad de especies con características florales y vegetativas sorprendentes. Acompáñanos en este viaje botánico y descubre todo lo que hay detrás del género Aloe.

Aloe en sentido estricto, las “verdaderas áloes”

Cuando pensamos en áloes, lo primero que nos viene a la mente es el Aloe vera. Su fama se debe a sus propiedades curativas, pero el género Aloe va mucho más allá. Incluso dentro de su concepto restringido, después de reubicar algunas especies en nuevos géneros, este género sigue siendo increíblemente diverso en cuanto a formas y características. A continuación, te hablaremos de esta diversidad y otros aspectos relacionados con el género Aloe.

Tras la separación de los géneros Aloiampelos, Aloidendron, Aristaloe, Gonialoe y Kumara, las especies que se mantienen en el género Aloe son conocidas como las «verdaderas áloes». Estas especies se caracterizan por tener hojas en forma de roseta, generalmente con forma de lanzas y puntiagudas, y con espinas o dientes en los bordes. Sus inflorescencias suelen ser ramificadas en forma de candelabro y tienen flores tubulares grandes y vistosas. Sin embargo, este grupo de especies, que representa la mayoría del género Aloe, está lejos de ser homogéneo. Se reconocen al menos cuatro linajes diferentes dentro de este grupo, tratados como secciones o subgéneros según los autores. Es posible que futuros estudios genéticos dividan nuevamente este ya restringido género Aloe utilizando nuevos marcadores moleculares.

En su concepto actual, el género Aloe consta de más de 500 especies y tiene una amplia distribución global. Recientemente, se ha descubierto que algunas especies son nativas del noroeste de la India. Para ilustrar su diversidad de formas, nos centraremos en características morfológicas, principalmente vegetativas, sin establecer correspondencias con las diversas clasificaciones infragenéricas que varían según los autores.

Las áloes arborescentes

Un buen número de áloes desarrollan tallos elevados con la edad, que separan la roseta de hojas del suelo, llegando a medir más de tres metros en ejemplares longevos de algunas especies. En muchos casos, estos tallos están cubiertos y ocultos por los restos de hojas secas y, por lo general, no son muy gruesos. Este grupo de áloes se divide en dos subgrupos, ya que algunas especies tienen tallos simples y otras los tienen ramificados.

Las áloes arborescentes de tallo simple se asemejan a pequeñas palmeras y son una característica visual destacada en muchos paisajes del centro y sur de África. Son las especies más altas del género, como A. ballyi, que puede llegar a medir hasta seis metros y se encuentra en Kenia y Tanzania. Otros ejemplos representativos son A. ferox, A. excelsa, A. africana, A. marlothii y A. littoralis.

Las áloes arborescentes de tallo ramificado generalmente tienen un aspecto similar al de arbustos altos. El ejemplo más conocido es A. arborescens, una especie ampliamente distribuida en el sur de África y naturalizada en áreas de clima mediterráneo debido a sus usos ornamentales y medicinales. A. castanea, endémica de Sudáfrica, crece como un pequeño árbol con un tronco inicialmente simple que se ramifica, formando una copa densa compuesta por diferentes rosetas de hojas. A. pearsonii, otro endemismo sudafricano con un área de distribución muy restringida, forma un arbusto con ramas densamente pobladas y erguidas. Se encuentra exclusivamente en Richtersveld, un área semiárida entre el Cabo Septentrional y Namibia. Sus pequeñas hojas se pliegan cubriendo el tallo y adquieren un característico color rojizo durante los largos períodos de sequía.

Las áloes acaules y rastreras

El grupo más numeroso y distintivo dentro de las verdaderas áloes está compuesto por plantas sin tallo elevado, con rosetas de hojas que crecen a ras del suelo, y especies que desarrollan tallos horizontales cortos que generan un crecimiento rastrero. Encontramos algunas de las especies más llamativas y emblemáticas del género aquí.

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A. peglerae, una especie sudafricana muy llamativa, tiene hojas espinosas que se pliegan hacia el centro de la roseta, dando una apariencia redondeada. Desde el centro de esta roseta cerrada, surge un tallo corto que coloca las flores casi en contacto con las hojas. A. claviflora forma grupos de rosetas de las que nacen tallos florales dispuestos casi horizontalmente. A. polyphylla, también conocida como áloe espiral, tiene grandes rosetas de hojas pequeñas con bordes dentados que se disponen en una espiral perfecta. Esta especie es muy buscada por coleccionistas debido a la perfección geométrica de sus hojas, pero su cultivo es difícil. Es endémica de las altas montañas de Leshoto, donde crece en laderas rocosas cubiertas de nieve en invierno y requiere condiciones de humedad específicas en el suelo y el entorno. En la actualidad, esta especie está amenazada y protegida por ley debido al saqueo de sus poblaciones por recolectores irresponsables. Por otro lado, A. striata es una especie atípica sin dientes ni espinas en sus hojas, que tienen un borde translúcido liso y finas líneas verde oscuro en la superficie. Es una planta muy atractiva y fácil de cultivar, y se encuentra comúnmente en jardines y colecciones.

Un grupo bien definido dentro de este conjunto son las áloes manchadas, que se distinguen por tener hojas de color verde oscuro con pequeñas manchas blancas. Por lo general, tienen los bordes de las hojas claramente dentados y la base de la corola ligeramente inflada. Este grupo incluye varias especies, a veces muy similares entre sí. Algunas de las más representativas son A. maculata y A. grandidentata, que tienen una amplia distribución y son nativas de Madagascar. A. maculata ha sido cultivada desde hace mucho tiempo en jardines y actualmente está naturalizada en áreas de clima mediterráneo. Es común encontrarla creciendo de forma silvestre en nuestro territorio, desde acantilados costeros hasta altitudes cercanas a los 1.000 metros.

Finalmente, algunas especies desarrollan tallos horizontales cortos que terminan en rosetas de hojas de tamaño mediano o pequeño, creando la apariencia de arbustos bajos con un crecimiento rastrero. Un ejemplo es A. mitriformis, cuyas rosetas recuerdan la mitra de un obispo, y A. arenicola, que crece en suelos arenosos en la costa atlántica de Sudáfrica y Namibia.

Las áloes con bayas, el antiguo género Lomatophyllum

Aunque hoy en día se consideran parte del género Aloe debido a su relación genética cercana, el antiguo género Lomatophyllum sigue siendo uno de los grupos de especies más diferenciados y mejor caracterizados. A diferencia del resto de las especies, cuyos frutos son cápsulas dehiscentes que se secan y abren para liberar las semillas, las especies del antiguo género Lomatophyllum tienen frutos carnosos no dehiscentes, es decir, bayas. También se distinguen por sus semillas poligonales, en contraste con las semillas aplanadas con alas membranosas de las demás especies de Aloe.

Este grupo está compuesto por aproximadamente 20 especies endémicas de Madagascar y las islas cercanas en el océano Índico, como las Mascareñas y las Comoras. A nivel vegetativo, se caracterizan por tener hojas sin manchas ni espinas, con el borde dentado en muchos casos. Sus flores son muy similares a las de las demás áloes. Es un grupo claramente monofilético y se le puede considerar como al menos un subgénero. Algunas especies representativas son Aloe purpurea (anteriormente conocida como Lomatophyllum borbonicum), A. citrea (anteriormente L. citreum), A. tormentorii (anteriormente L. tormentorii) y A. sakarahensis.

Las áloes herbáceas

En este grupo se incluyen especies con hojas generalmente largas y estrechas, poco o nada suculentas y con apariencia similar a las hojas de las gramíneas. Sus inflorescencias son siempre simples, sin ramificaciones, y las flores varían en tamaño y color según la especie. Son plantas típicas de herbazales similares a la sabana, donde a menudo es difícil distinguirlas de las gramíneas cuando no están en floración. La mayoría de estas plantas florece en verano, a diferencia de muchas otras especies del género que lo hacen a finales de invierno. Están adaptadas para resistir los incendios que suelen ocurrir en este tipo de hábitat, pudiendo perder sus hojas y volver a brotar desde la base.

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Aquí encontramos especies como A. saundersiae, endémica de las montañas centrales de la provincia sudafricana de KwaZulu-Natal y amenazada por el desarrollo agrícola en la zona. Es una de las especies más pequeñas del género. A. cooperi tiene una distribución más amplia en Sudáfrica y se cultiva con frecuencia debido a su aspecto llamativo y facilidad de cuidado. A. linearifolia es otra pequeña especie de KwaZulu-Natal con llamativas flores amarillas, cuyo nombre específico ya indica la principal característica de este grupo de áloes.

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Las pequeñas áloes, un grupo muy complejo

En este último apartado, mencionaremos algunas especies pequeñas y con flores atípicas en comparación con el resto del género. La mayoría de estas especies son endémicas de Madagascar, aunque la primera de la que hablaremos es sudafricana. Debido a estas características discordantes, algunas de estas especies han sido consideradas géneros diferentes antes de clasificarse como Aloe.

A. bowiea es un pequeño arbusto endémico de la provincia sudafricana de El Cabo Oriental. Se caracteriza por sus hojas estrechas y dentadas en la mitad superior, que se ensanchan y engrosan en la base formando una estructura similar a un bulbo semienterrado en el suelo. Sus flores atípicas son pequeñas, de color verde marrón y ligeramente bilabiadas en el extremo. Fue descrita inicialmente como Bowiea africana por Adrian Haworth y posteriormente renombrada como Chamaealoe africana.

Entre las especies malgaches, destaca A. albiflora por sus flores en forma de campana de color blanco. Esta especie fue transferida a un nuevo género llamado Guillauminia albiflora por A. Bertrand, aunque los análisis genéticos la incluyen dentro del género Aloe. Otro caso llamativo es A. haworthioides, que recibe este nombre debido a que sus hojas pequeñas y estrechas, cubiertas de pelos rígidos de color blanco, se asemejan a las de algunas especies del género Haworthia. Sus pequeñas flores también son atípicas, con pétalos de color blanquecino con tonos rosados y verdosos, y estambres mucho más largos con filamentos engrosados y de color naranja. En un principio, fue separada en un nuevo género llamado Aloinella por A.M.V. Lemée, pero más tarde se descubrió que ese nombre ya pertenecía a un género de musgos. Por tanto, se le dio el nombre de Lemeea haworthioides, que actualmente se considera sinónimo.

El cultivo y usos de las áloes

El uso y cultivo de las áloes se remonta a tiempos muy antiguos. Ya en Arabia y en la Grecia clásica, hace más de dos milenios, se conocían las propiedades curativas del áloe vera. De hecho, el nombre del género Aloe, establecido por Linneo, proviene del árabe y del semítico «alloch» o «alloeh», que eran los nombres vernáculos originales de estas plantas. Estas raíces dieron origen a la palabra griega «áloë», que se utilizaba para referirse al jugo obtenido de la trituración de las hojas con fines medicinales. Dioscórides habló de las propiedades medicinales del áloe vera en el año 512 a.C., y se dice que Alejandro Magno conquistó la isla de Socotra, frente a las costas de Yemen y el Cuerno de África, para controlar el suministro de este preciado producto.

Desde aquellos tiempos antiguos, el cultivo del áloe vera se ha extendido por todo el Mediterráneo. Hay registros que indican que en 1596 se introdujo en jardines ingleses procedente de la isla de Barbados, probablemente llevado por marineros españoles o portugueses que lo habían traído al Nuevo Mundo antes. Esta larga historia de uso y cultivo, junto con la naturalización de estas plantas en los territorios donde se introdujeron, han hecho que durante mucho tiempo se desconociera el origen exacto del áloe vera. Linneo mencionó «Habitat in Indiis» para su A. perfoliata var. vera, pero no estaba claro si se refería a la India o a las islas del Caribe, que también se llamaban «las Indias» en aquel entonces. Durante mucho tiempo se creyó que era autóctono de las islas de Cabo Verde, Canarias y Madeira, aunque en realidad fue introducido por los colonizadores españoles y portugueses. Actualmente, se sabe que es nativo de Omán, en la península arábiga, y del noroeste de la India, donde se han encontrado poblaciones autóctonas recientemente. Esta incertidumbre sobre su origen complicó la nomenclatura científica de la especie. Cuando llegó a Inglaterra desde Barbados, Philip Miller la llamó A. barbadensis, y este nombre se estableció como prioritario debido a la posible ambigüedad del nombre linneano. Aún hoy, este nombre se encuentra en muchas publicaciones y en la farmacopea. Sin embargo, el nombre establecido por Linneo para la variedad sigue siendo válido, y el nombre científico correcto para esta especie es Aloe vera (L.) Burm. f.

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El uso medicinal de las hojas de Aloe, aunque no se aplica a todas las especies del género, no se limita exclusivamente al áloe vera. Dos especies sudafricanas, A. ferox y A. arborescens, también se utilizan con fines terapéuticos similares. El jugo recién extraído de las hojas de A. ferox se utiliza para tratar quemaduras, y al dejar que se evapore el agua se obtiene una resina sólida conocida como «Áloe del Cabo» (Cape Aloes), que se comercializa como tónico estomacal, purgante y laxante. El gel elaborado con A. ferox se utiliza en cosmética y cuidado de la piel. Por todas estas razones, el cultivo de esta planta está muy extendido en Sudáfrica y es una fuente de ingresos importante para el país. A. arborescens se utiliza principalmente en jardinería y también se planta en los márgenes de cultivos o fincas ganaderas para formar setos. También es frecuente encontrarla en jardines particulares debido a su atractivo estético y a las propiedades similares a las de A. ferox.

Por último, no podemos concluir sin mencionar el atractivo que estas plantas tienen en jardinería. Desde hace siglos, han cautivado a horticultores, jardineros y entusiastas de las plantas. Su diversidad de formas, belleza floral y resistencia a la sequía las han popularizado en áreas de clima templado y no demasiado húmedo. El Jardín Botánico de la Universidad de Valencia, por ejemplo, cuenta con una amplia colección de áloes, incluyendo especies como A. arborescens, A. grandidentata, A. maculata, A. marlothii, A. mitriformis y A. striata. El cultivo de estas plantas es relativamente sencillo, a excepción de algunas especies con requisitos específicos de suelo y humedad. En exteriores, se adaptan bien a nuestro clima y apenas requieren riego, ya que se benefician de las lluvias. Muchas especies introducidas se naturalizan fácilmente en nuestro territorio. Para las plantas en macetas o que no reciben lluvia directa, los riegos deben concentrarse en primavera y otoño, dejándolas en reposo en invierno y durante el verano. Solo en exposiciones muy soleadas y cuando las plantas muestren signos de deshidratación o estrés hídrico, es conveniente regar en verano. El riego otoñal ayuda a la planta a recuperarse del estrés del verano y, por lo general, favorece la formación de yemas florales.

¡Así concluye nuestro recorrido por el fascinante mundo de las plantas del género Aloe! Esperamos haberte sorprendido con la diversidad y las características únicas de estas increíbles plantas. Si te interesa seguir explorando este tema, te recomendamos visitar el sitio web de Una Planta, donde encontrarás más información sobre las áloes y otros temas relacionados con la botánica.

Agradecimientos especiales a Jean-Bernard Castillon por su amable autorización para utilizar imágenes de su libro y sitio web sobre las áloes de Madagascar.

¡Hasta la próxima aventura botánica!

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